domingo, 15 de febrero de 2015

Entre algodones...

Se levantó, cogió las gafas azules de la mesa de noche, caminó descalza, casi sin tocar el suelo hasta el cuarto de baño y encendió la luz, evitando el espejo. No eran horas de reflexiones. Se vistió rápido y salió al mundo. No era una elección. Tenía que salir. No le quedaba otra.
Él se quedó en la cama. Triste. Ni una mirada. Como si para ella no existiese, pensó. A ella los años le cansaban y las decepciones también. Estaba agotada y había elegido no sentir. Simplemente.
Tenía los ojos como de mes de octubre. El pelo rubio no sabía muy bien por qué y una piel color melocotón. No muy fuerte, lo suficiente para sobrevivir y caminaba de lado, como en diagonal. No era algo que le gustase aunque un día dejó de importarle, como tantas cosas.
El tenía la piel blanca, estaba fuerte, como cuadrado, y se sentía bien. Esto alimentaba su ego aunque por dentro se sentía blandito. No le costaba reconocerlo, total, cada uno es como es, decía sin pronunciar palabra.
Ámbar estaba harta de él. Para ella era su amor enfermo. No solo porque él lo estuviese, que lo estaba. No podía moverse y la demanda todo el tiempo...
Ella solo quería llegar a casa y meterse en la cama con él y esto la enfermaba a ella también, pero no podía evitarlo. Admitía en las terapias con su psicólogo que formaba parte de su depresión. Esa era su realidad.
Ámbar llegaba a la oficina y el espacio se iluminaba.Tenía un brillo muy especial en su mirada, es decir, por dentro. Sus compañeros podían disfrutarla pero ella... Sólo ocupaba espacio y un es lo que toca.
Al volver a casa cambiaba de ropa a su amor enfermo, combinaba colores agradables, le doblaba las articulaciones, lo acariciaba...él se estremecía y gemía en silencio. Ella se excitaba boca arriba, movía sus caderas, se tocaba los pechos y el ombligo... Y empapada en sudor frío llegaba al orgasmo con sus propias manos. Él se agarraba fuerte al cabezal de la cama de hierro forjado mientras su mente gritaba de placer. La amaba. Ella se queda dormida encima de él...
Hoy ha quedado con sus amigas para pasear por el auditorio. Al anochecer todas se despedían con sonrisas forzadas y Ámbar recordaba la fascinante conversación "jamás mencionada antes" sobre el amor, la magia del matrimonio, el enorme vacío de una vida sin hijos y poco menos que todo eso era el mejor invento después de la rueda.
Ella se mostraba de acuerdo. Explicar su perspectiva de las cosas y abrir su mundo interior no era tarea fácil... Y para ellas tampoco.
Por fin amaneció, atendió a su amor enfermo, le cambió la ropa y la almohada, húmeda por su sudor frío. Era un día de lluvia. El salón se inundaba de insólitas sombras originadas por las nubes, esas en las que según sus familiares vivía Ámbar. Ella les inventaba figuras, nombres, hasta personalidad. ¡Basta!, dijo en voz alta a su imaginación. Y se fue al Irish Coffee. Había quedado con su terapeuta Carlos a las siete, para hablar de su vacío o el del resto... Todavía no lo tenía muy claro. El camarero cerraba puertas.  Ámbar extendió la mano y ya no tocaba la estrecha mesa del café ni la cucharilla del licor de almendras amargas. Tocaba el sofá color avellana desgastada, acariciando su tela áspera en el salón de su terapeuta. Lo hacia de forma muy tierna. Como acaricia cada día a su perra en momentos maternales.
Estaba inquieta. Sus manos se mojaban como el resto de su cuerpo. Mientras Carlos llenaba las copas de vino, ella lo miraba y podía percibir sus deseos más íntimos. No lograba entender esa emoción aunque total, la lógica no era una de sus filosofías. Empezó a quitarse su negro vestido mirando sus manos. Él la penetró como nunca nadie lo había hecho. Sentía dolor. Se moría de placer...
Su amor enfermo sabía que la engañaba. No había dormido en casa. Nunca le dejaba solo. Su mente se aceleraba. Pensarla en brazos de otro le destrozaba por dentro. Su cuerpo cambiaba de forma confundiéndose con las de soltero. Se pierden las líneas, aparecen curvas. Las sábanas dejaban de gustarle... Se rompía lo estático. Se agitaba, lograba moverse... Dolía. Un fuerte olor a hierro invadía la habitación. Gritaba alto, recobrando su voz...
Ámbar sube la escalera del portal encontrándose con su vecina de abajo que le pregunta, disculpa ¿ pasa algo en tu casa? ¿Estás de mudanza?. Buenos días, contesta Ámbar con eso de mantener las distancias, ¿En mi casa?. Si, hay un ruido de muebles insoportable, no son horas. En mi casa imposible, dijo Ámbar. Yo vivo sola...
Abre la puerta de su casa desconcertada. Se dirige a la habitación a quitarse la ropa. Está agotada, sudando, aunque ahora su sudor no es frío. Al entrar se encuentra la habitación llena de pequeños muelles de hierro tirados por el suelo, plumas esparcidas encima de la mesa de noche, sábanas salpicadas de algodón y trozos de madera...¿Qué es esto? No entiende nada... Su cama está destrozada.
                                                             

                                                                  Mónika Cazorla

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